Y llegó el día

ruedines

Hay un día en la vida de casi todo aficionado al ciclismo, con pocas excepciones, en el que un adulto, normalmente uno de nuestros progenitores, dice… «Hoy te quito los ruedines»

Y con un brazo bionico, la espalda fortalecida, y toneladas de paciencia e ilusión a partes iguales, esa persona nos quita los ruedines de la bici, si es que los llevamos, o nos trae una bici, y cogiéndote del sillín, empieza el proceso de aprendizaje. Si hemos aprendido el gesto del pedaleo, bien con un triciclo o bien con una bici y sus ruedines, esa parte ya la tenemos, sino, pues nos toca aprender eso también. «Pon el píe aquí, y el otro aquí, empuja y mueve los pedales» todo se retrasa un poco, pero al final sale.

De repente, la velocidad aumenta un poco, y quien nos coge del sillín sufre las consecuencias, sujeta con brazo de hierro para mantener nuestra verticalidad, mientras nosotros no sabemos muy bien como hacerlo y movemos el manillar y nuestro cuerpo buscando no caer… Cuando nuestro cerebro interpreta los signos enviados para mantenernos erguidos, la fuerza sobre el brazo de nuestro instructor disminuye… Y sin darnos cuenta, éste ha soltado el sillín y vamos solos, pero la mano está ahí.

Coordinar todos estos signos de equilibrio cuesta, y normalmente vamos descubriendo la gran ayuda de la velocidad, aunque esto trae otro problema… Hay que esquivar obstáculos y frenar, y eso a veces se vuelve complicado en este momento. Resultando normalmente en caídas, insignificantes casi siempre, golpes y vuelta a empezar con la ayuda de nuestro desinteresado maestro.

Sin darnos cuenta, ya vamos solos, pero cuando bajamos la vista y vemos que ningún brazo sujeta el sillín, titubeas más, y dada la falta de confianza, nos tambaleamos y ala… Otra vez al suelo, pero esto es ciclismo, y como veremos a lo largo de nuestra vida ciclista, somos duros y después de una caída, nos levantamos y seguimos. Ese espíritu nos acompañará a partir de ahora. Ahora ya llevamos varios días practicando, y no necesitamos ayuda, hemos aprendido a mantenernos, a poner el píe en el suelo antes de caer, a mover poco el manillar, lo justo para esquivar algo y poco más. Somos capaces de mantener el equilibrio con la ayuda del efecto giroscópico de las ruedas…

Desde este inicio, siempre titubeante, el niño o niña se hacen uno con su bici, y no la soltará durante un tiempo. Deseará el buen tiempo para salir con ella, terminará las tareas de clase para salir con ella al encuentro de amigos y pedalear todos juntos. Y a partir de aquí, la distinción de modalidades, si continuas con la afición. Imitando a los profesionales de la tele sus bicis de carretera escalando míticos puertos, saltando de piedra en piedra manteniendo el equilibrio como los magos del biketrial, perdiéndose por interminables caminos y senderos de montaña, sufriendo en circuitos de ciclocross o un sinfín de distintas maneras de entender el ciclismo.

Aprendimos a andar, y hemos aprendido a pedalear… Sigamos haciéndolo…

Deja un comentario